La mujería desea compartir con sus lectoras y lectores hechos e historias de mujeres que desempeñan y han desempeñado papeles importantes, mujeres contemporáneas o de siglos pasados, artistas, científicas, cocineras, guerreras, etc, queriendo promover, visibilizar y dignificar a la mujer en distintos ámbitos y realidades.

jueves, 19 de noviembre de 2015

CRÓNICA, LA NUEVA MADRE.

A veces, dependiendo del medio en el que uno se encuentre, el machismo persistente se siente con más o menos fuerza, pero hay un aspecto en la vida de muchas mujeres en el cual es inevitable sentirlo muy vivo: La Maternidad. Ya hemos traído el tema un par de veces, en “La madre que no quiso ser madre y en “Carta a la mamá, esta vez iré a relatarte una historia más, de la vida real, la vida de muchas, que aunque no lo estés padeciendo en carne propia, y ni siquiera conozcas a alguien a quien le esté pasando, es una situación absolutamente coloquial, piensa en las condiciones, muchas veces precarias, en las que viven la mayoría de las personas en cualquier ciudad de nuestro país, piensa en las cosas por las cuales aún son influenciadas, en su educación, en sus métodos de crianza. Esta es la historia de muchas mujeres, de muchas madres, es la historia de Judith.


“Soy Judith, una madre novata, tuve mi hija hace ya seis meses y nueve días, y puedo decir como todas las madres que he oído y leído que es la mayor experiencia que he tenido en la vida, que me llena de amor, felicidad, pero también de temor, de confusión”.
No soy de clase alta, no me sobra dinero, vivo en arriendo, con mi marido dividimos los gastos de la familia, me ha tocado trabajar desde muy joven, no pude estudiar, y ahora trabajo como secretaria en una agencia de turismo; trabajo lejos de casa y me transporto como casi todos en un pésimo sistema de transporte que hace que mi jornada sea alargada en 3 horas diarias y con suerte consigo sentarme algunos minutos durante el trayecto, con suerte, y casi nunca la tengo (…)
Como sobra explicar, la llegada de mi hija me transformó la vida, y no me refiero solo a toda la mística que envuelve el dar a luz, sino también a que la transformación de vida es absolutamente radical, hacía 15 meses y nueve días yo tenía unos sueños, unos objetivos, y ahora simplemente es uno: Darle lo mejor a mi hija, pero obviamente esa misión va a afectar otras áreas de mi vida, por ejemplo: siempre he querido estudiar contaduría, de esta manera podría conseguir mejores ingresos, y sé que algún día lo haré, pero por ahora mi hija es mi prioridad, está muy pequeña y necesita de mí.
Desde que Luisa nació no he dormido bien, no he comido bien, y desde entonces mi casa –antes siempre ordenada- se ha vuelto más caótica. Todas las noches me levanto unas cuatro veces en promedio para alimentarla, me despierto a las 4:30 AM, arreglo las cosas de la niña, me visto, la dejo donde una vecina que me la cuida y luego me voy corriendo al trabajo.
Cuando me retraso algunos minutos en el trabajo, siento varias miradas quizá acusadoras, cuestionadoras, o quizá ninguna de las anteriores, pero si escucho las frases de “por fin llegó”,  “!uy! ¡La estaba esperando!”, pero por supuesto nadie pregunta que sucedió, y yo tampoco quisiera comentarlo, porque a veces creo que tener un hijo pequeño es como tener un cañón apuntando (en el trabajo, claro!), es como un factor de alto riesgo que potencializa los chances de perder el empleo, ¡QUE HIPOCRESIA!, Todo el mundo te pregunta si vas a tener hijos, que para cuándo, pero una vez los tienes no quieren emplearte, no te dan las condiciones que tanto madres, padres e hijos necesitan.
Luego de un agitado día de trabajo, y de algunas saliditas al baño, o mientras hago alguna vuelta del trabajo, llamo a Mariana, mi vecina, para saber cómo está Luisita, algunas veces está malita, y la dejo con el corazón en la mano y pienso que ella no merece que la deje, que ella me necesita, pero, si no necesitara la plata…
Al fin se dan las 4:30 PM, gracias a una política puedo salir una hora antes de la jornada, por lo que a las 6-6:15 PM estoy llegando donde Marina a recoger a mi hija, nos vamos a la casa, la alimento, la cambio, la baño, hago la comida, arreglo un poco la casa, lavo ropa, me estoy un rato con la niña, miro a ver que hay para pagar, y en esas me dan las 10:00 pm.
Hasta aquí en mi relato, parece que estuviera narrando la vida de una madre soltera, pero lo curioso es que no los soy. A Germán, mi marido, lo conocí hace 13 años, éramos amigos del barrio, fuimos novios unos 3 años y al fin nos fuimos a vivir juntos hace 2, él es el único varón de 3 y la mamá de él los crio sola. Germán es el menor. Como gran parte de la población tanto Germán como yo fuimos criados a la “antigua”, a lo que me quiero referir es al estilo machista, pero es que no me gusta usar esa palabra porque como que la gente se ofende, como dicen que ya no hay de eso (…). Sea como sea las reglas eran claras: en mi casa, todas nosotras 4 y mi mamá, servíamos a mi papá, porque él era el que traía la plata, por consiguiente era el más importante miembro de la familia, sin él no sabíamos que hacer.
Años más tarde nos dimos cuenta que esa historia no era más que un mito, mi papá se fue a vivir con otra mujer y dejó a mi mamá con 4 hijas menores de edad, en ese entonces yo tenía 16, era la mayor, seguida de Eliana de 13, Viviana de 10 y Camilita de 8. En el año que mi papá nos dejó nos fuimos a vivir donde una tía, fue una época muy difícil, pero empecé a trabajar, era vendedora en una papelería, y me di cuenta que llevar dinero a la casa no es la tarea más difícil, aunque claro, lo difícil a veces es encontrar el trabajo y durar en él; pero, aunque yo habiendo “ascendido” al puesto de mi papá (la que traía la plata), nunca hubo un trato diferente hacia mí, ni mi mamá ni mis hermanas me “servían” y obviamente ni a mí se me pasó por la cabeza, pero si me di cuenta que trabajar, así en un trabajo normal, en la calle, no demanda tanto esfuerzo como la crianza de 4, esa labor que hacía mi mamá era de lejos la más difícil, nunca terminaba la jornada de ella, y lo peor era el poco o el nulo reconocimiento que se le daba. Dos años más tarde comencé a trabajar como recepcionista en una oficina en el centro, y fue en ese tiempo donde nos hicimos más unidos con Germán, ya que él trabajaba en el mismo edificio pero en otra oficina como técnico. A pesar de que le pasaba la mitad de mi sueldo a mi tía, la situación era muy difícil, y prácticamente mi mamá era como la empleada de ellos también, pero por supuesto, no le pagaban. Eliana era la que peor se la llevaba con Elvira mi tía, ya no se aguantaba más las miradas morbosas de mi tío y que a cada nada le tocara quedarse a estar pendiente de la tienda de ellos, mientras que podría estar trabajando en otro lado y ganando plata como yo.
Cuando me fui a vivir con Germán, me tocó negociar con mi tía que como yo ya no iba a estar allá, no podía seguir dándole lo mismo, y bueno, por lo menos dejó que mi mamá y las niñas se quedaran allá, Eliana se fue a vivir a otra ciudad donde mi tía Mariela, pero ella dice que está más tranquila y ya está trabajando que era lo que más quería y así le puede ayudar a mi mamá también.
Al principio con Germán todo fue bonito, aunque las cosas no cambiaron mucho de cuando vivíamos con mi papá, él ganaba más que yo, y en teoría yo tenía entonces que seguir en la labor de cuidar la casa y hacer la comida. A veces en alguna fiesta o reunión de la familia, con mis tías, primas y amigas, hablaban que así era: que la mujer era la que tenía que limpiar y estar pendiente de la casa, del marido y de los niños, es ¡lo normal! De hecho siempre, en esas fiestas las mujeres éramos las que servíamos, cocinábamos y limpiábamos.
Entonces para mí era más que normal que yo tenía que seguir en las mismas que mi mamá y mis tías, y que todas las demás, y así lo hice, obviamente para Germán también era “lo normal”, en su casa su mamá y hermanas eran quienes estaban pendientes de la casa, limpiaban y cocinaban. Pero así en lo general con Germán no hubo mayor lío, aunque viendo en retrospectiva, muchas veces me sentí sobrecargada, y cuando a veces quería hacer otra cosa, me tocaba hacer aseo, y claro que me daba cierto malestar con Germán que él si hacía lo que quería, era más libre. A veces yo le decía a él que me ayudara –palabra errada, ya que nadie ayuda a nadie, la casa es de ambos- pero él lo hacía de mala gana, y lo peor eran las cuñadas y la suegra reclamándome que porque no era buena ama de casa.
Pero nunca fue tan difícil como cuando Luisa nació, en teoría yo –mujer- tenía que seguir haciéndome cargo de la casa y ahora de la niña, y además volver al trabajo después de la licencia, cosa que fue extremadamente difícil para mí. La llegada de Luisita coincidió con el inicio de los estudios de Germán, que pese a que yo le venía insistiendo hace ya bastante tiempo, solo se animó a inscribirse hasta este año, entonces él llega tarde a la casa y fuera de eso tiene que hacer trabajos, entonces que los fines de semana tampoco puede colaborarme porque está ocupado (…)
Lo peor fue un comentario que mi mamá y mi tía me dijeron hace ya un tiempito, me sentaron y me dijeron que si sigo así que voy a perder a mi marido, que yo estaba dejando de estar pendiente de él, que mire como estaba yo, que no había bajado de peso, que después no reclamara si él me pone los cachos… Reconozco que reaccioné mal, tal vez sea tanta presión, me puse a llorar, pero también cuestionaba porque era todo tan difícil para la mujer, porque Germán aquí era la víctima, si él ni siquiera ha bañado a la niña una sola vez, y solamente la ha cambiado una!, y lo que él me dice es que no sabe, Como si yo no estuviera aprendiendo también a ser mamá, y él se zafa entonces de toda responsabilidad por el solo hecho de ser hombre, y eso si les dije a mi mamá y a mi tía, que yo también trabajo, que ya no eran los tiempos de antes, los tiempos de ellas, donde el hombre daba toda la plata y la mujer criaba y cuidaba de la casa, y es que la plata no alcanza si Germán trabaja solo, yo también tengo que trabajar, para mí ni siquiera es opcional. Me dolió mucho lo de los cachos, tremendo esfuerzo que yo hago para que ¡me salgan con esas! Y yo creo que así uno esté viviendo en el paraíso, así yo fuera una reina de belleza y le tuviera la comidita y todo bien servido, si él quiere ponerme los cachos, me los pone.
Pero como no hay peor ciego que el que no quiere ver, eso Elvira se puso como una loca, que yo dejara de hablar pendejadas, mi mamá si se quedó callada, y me dijo que saliéramos a dar una vueltica, yo sé que ella está confundida, porque vio como nosotras si pudimos cuando mi papá se fue, y también es consiente que ahora las cosas son diferentes, principalmente porque la mujer también tiene que trabajar porque ¡no ve que no alcanza la plata!
Ese día comencé a percibir que todo con lo que había sido criada podía ser diferente, que no hay tales roles escritos con sangre, que las reglas del juego cambiaron, y todas esas ideas fueron reforzadas después de charlar con Rafael y Sara, su esposa. Rafael es un compañero del trabajo que viendo mi situación una vez me invitó a almorzar y conversamos de cómo me estaba yendo como madre, y yo le contaba mi situación y el asombrado me explicaba cómo era que se repartían los quehaceres en la casa de él con Sara, ellos tienen dos hijos, y Sara también trabaja, pero los dos sacan el mismo tiempo para hacer las cosas, los dos asumen la responsabilidad de la casa, de los hijos y de ellos mismos, no por ser padres olvidaron lo básico: ellos dos, como pareja, ya eran una familia, y de esa manera adquirieron el compromiso de trabajar por ella, y el amor también se expresa con la conciencia del bienestar del otro, no puede haber equilibrio en la familia si una de las partes está sobrecargada, ¡es una bomba de tiempo!, me explicaba. Así que una tarde de sábado los invité a la casa, y conversamos con Germán, y supo entender, el hizo el compromiso de repartirnos mejor las cosas, en eso aplazó el semestre, él entendió que no era solo a mí a la que tenía que respaldar, sino especialmente a Luisita, que nos necesita a ambos, y no me refiero a que necesite de un papá para ser criada (porque el mismo Germán o yo crecimos sin papá), sino que ella tiene la ventura de tenernos a ambos, y por lo tanto podemos estar más equilibrados, y obviamente también nuestra relación como esposos, que también necesita de ambos para continuar y crecer.
Creo que hasta ahora vamos mejorando, no es un proceso tan fácil, y no sólo de parte de Germán, también de mi parte, ¡tantos paradigmas por romper!, pero bueno estamos en la lucha, y a diferencia de otras historias, la mía, va por buen camino”.
La responsabilidad de embarazarse, parir y criar, no recae solamente en los padres, también en toda la sociedad que directa o indirectamente afecta al núcleo, a veces vemos a la familia y a las empresas (de gobierno o privadas) como entidades totalmente ajenas, pero ambas se conforman de lo mismo: personas, que tienen vidas y son complejas, no se puede pensar en una sociedad evolucionada si se siguen separando los dos conceptos, eres una en la familia y otra en la empresa: eso no tiene sentido, por eso los modelos deben ser más flexibles, especialmente para las madres y padres de hijos pequeños. Si en nuestras manos no está directamente la manera de cambiar esta situación, recuerda que por lo menos puedes hacer acciones que permitan un mínimo de consideración en el trabajo o cediendo sillas en el bus; y claro nunca olvidar el VOTO, que aunque suene irrelevante o un tanto utópico, a quienes elijas recae la función de proponer y votar leyes que mejoren esta situación. Pero también, y como suelo terminar las entradas, parte de las acciones que podemos tomar es creando una conciencia colectiva, que podemos transmitir a nuestros familiares y allegados, y especialmente a nuestros hijos e hijas para purgar esos paradigmas, que durante años regían –y aún rigen- la sociedad.
Tenemos que dejar de ver lo natural como una anomalía, hoy hemos hablado de cómo cambian nuestras actividades, tiempos y roles, sin embargo también ocurren cambios físicos y hormonales en la mujeres madres, es importante que estos cambios sean vistos como naturales, algunas incluso pueden sufrir de depresión posparto o no recuperan fácilmente el peso que tenían antes del embarazo, estas situaciones también deben ser asimiladas sin juicios de valor, deben ser vistas como consecuencia de la maternidad. Todo esto comienza en casa, y quizá tome generaciones, pero seguimos siendo parte del proceso.