A veces, dependiendo del medio en
el que uno se encuentre, el machismo persistente se siente con más o menos
fuerza, pero hay un aspecto en la vida de muchas mujeres en el cual es
inevitable sentirlo muy vivo: La
Maternidad. Ya hemos traído el tema un par de veces, en “La madre que no quiso ser madre” y en “Carta a la mamá”, esta vez iré a
relatarte una historia más, de la vida real, la vida de muchas, que aunque no
lo estés padeciendo en carne propia, y ni siquiera conozcas a alguien a quien
le esté pasando, es una situación absolutamente coloquial, piensa en las
condiciones, muchas veces precarias, en las que viven la mayoría de las
personas en cualquier ciudad de nuestro país, piensa en las cosas por las
cuales aún son influenciadas, en su educación, en sus métodos de crianza. Esta
es la historia de muchas mujeres, de muchas madres, es la historia de Judith.
“Soy Judith, una madre novata, tuve
mi hija hace ya seis meses y nueve días, y puedo decir como todas las madres
que he oído y leído que es la mayor experiencia que he tenido en la vida, que
me llena de amor, felicidad, pero también de temor, de confusión”.
No soy de clase alta, no me sobra
dinero, vivo en arriendo, con mi marido dividimos los gastos de la familia, me
ha tocado trabajar desde muy joven, no pude estudiar, y ahora trabajo como
secretaria en una agencia de turismo; trabajo lejos de casa y me transporto
como casi todos en un pésimo sistema de transporte que hace que mi jornada sea
alargada en 3 horas diarias y con suerte consigo sentarme algunos minutos
durante el trayecto, con suerte, y casi nunca la tengo (…)
Como sobra explicar, la llegada de
mi hija me transformó la vida, y no me refiero solo a toda la mística que
envuelve el dar a luz, sino también a que la transformación de vida es
absolutamente radical, hacía 15 meses y nueve días yo tenía unos sueños, unos
objetivos, y ahora simplemente es uno: Darle lo mejor a mi hija, pero
obviamente esa misión va a afectar otras áreas de mi vida, por ejemplo: siempre
he querido estudiar contaduría, de esta manera podría conseguir mejores
ingresos, y sé que algún día lo haré, pero por ahora mi hija es mi prioridad,
está muy pequeña y necesita de mí.
Desde que Luisa nació no he dormido
bien, no he comido bien, y desde entonces mi casa –antes siempre ordenada- se
ha vuelto más caótica. Todas las
noches me levanto unas cuatro veces en promedio para alimentarla, me despierto
a las 4:30 AM, arreglo las cosas de la niña, me visto, la dejo donde una vecina
que me la cuida y luego me voy corriendo al trabajo.
Cuando me retraso algunos minutos
en el trabajo, siento varias miradas quizá acusadoras, cuestionadoras, o quizá
ninguna de las anteriores, pero si escucho las frases de “por fin llegó”, “!uy! ¡La estaba esperando!”, pero por
supuesto nadie pregunta que sucedió, y yo tampoco quisiera comentarlo, porque a
veces creo que tener un hijo pequeño es como tener un cañón apuntando (en el
trabajo, claro!), es como un factor de alto riesgo que potencializa los chances
de perder el empleo, ¡QUE
HIPOCRESIA!, Todo el mundo te pregunta si vas a tener hijos, que para cuándo,
pero una vez los tienes no quieren emplearte, no te dan las condiciones que
tanto madres, padres e hijos necesitan.
Luego de un agitado día de trabajo,
y de algunas saliditas al baño, o mientras hago alguna vuelta del trabajo,
llamo a Mariana, mi vecina, para saber cómo está Luisita, algunas veces está
malita, y la dejo con el corazón en la mano y pienso que ella no merece que la
deje, que ella me necesita, pero, si no necesitara la plata…
Al fin se dan las 4:30 PM, gracias
a una política puedo salir una hora antes de la jornada, por lo que a las
6-6:15 PM estoy llegando donde Marina a recoger a mi hija, nos vamos a la casa,
la alimento, la cambio, la baño, hago la comida, arreglo un poco la casa, lavo
ropa, me estoy un rato con la niña, miro a ver que hay para pagar, y en esas me
dan las 10:00 pm.
Hasta aquí en mi relato, parece que
estuviera narrando la vida de una madre soltera, pero lo curioso es que no los
soy. A Germán, mi marido, lo conocí hace 13 años, éramos amigos del barrio,
fuimos novios unos 3 años y al fin nos fuimos a vivir juntos hace 2, él es el
único varón de 3 y la mamá de él los crio sola. Germán es el menor. Como gran
parte de la población tanto Germán como yo fuimos criados a la “antigua”, a lo
que me quiero referir es al estilo machista,
pero es que no me gusta usar esa palabra porque como que la gente se ofende,
como dicen que ya no hay de eso (…). Sea como sea las reglas eran claras: en mi
casa, todas nosotras 4 y mi mamá, servíamos a mi papá, porque él era el que
traía la plata, por consiguiente era el más importante miembro de la familia,
sin él no sabíamos que hacer.
Años más tarde nos dimos cuenta que
esa historia no era más que un mito, mi papá se fue a vivir con otra mujer y
dejó a mi mamá con 4 hijas menores de edad, en ese entonces yo tenía 16, era la
mayor, seguida de Eliana de 13, Viviana de 10 y Camilita de 8. En el año que mi
papá nos dejó nos fuimos a vivir donde una tía, fue una época muy difícil, pero
empecé a trabajar, era vendedora en una papelería, y me di cuenta que llevar
dinero a la casa no es la tarea más difícil, aunque claro, lo difícil a veces
es encontrar el trabajo y durar en él; pero, aunque yo habiendo “ascendido” al
puesto de mi papá (la que traía la plata), nunca hubo un trato diferente hacia
mí, ni mi mamá ni mis hermanas me “servían” y obviamente ni a mí se me pasó por
la cabeza, pero si me di cuenta que trabajar, así en un trabajo normal, en la
calle, no demanda tanto esfuerzo como la crianza de 4, esa labor que hacía mi
mamá era de lejos la más difícil, nunca terminaba la jornada de ella, y lo peor
era el poco o el nulo reconocimiento que se le daba. Dos años más tarde comencé
a trabajar como recepcionista en una oficina en el centro, y fue en ese tiempo
donde nos hicimos más unidos con Germán, ya que él trabajaba en el mismo
edificio pero en otra oficina como técnico. A pesar de que le pasaba la mitad
de mi sueldo a mi tía, la situación era muy difícil, y prácticamente mi mamá
era como la empleada de ellos también, pero por supuesto, no le pagaban. Eliana
era la que peor se la llevaba con Elvira mi tía, ya no se aguantaba más las
miradas morbosas de mi tío y que a cada nada le tocara quedarse a estar
pendiente de la tienda de ellos, mientras que podría estar trabajando en otro
lado y ganando plata como yo.
Cuando me fui a vivir con Germán,
me tocó negociar con mi tía que como yo ya no iba a estar allá, no podía seguir
dándole lo mismo, y bueno, por lo menos dejó que mi mamá y las niñas se
quedaran allá, Eliana se fue a vivir a otra ciudad donde mi tía Mariela, pero
ella dice que está más tranquila y ya está trabajando que era lo que más quería
y así le puede ayudar a mi mamá también.
Al principio con Germán todo fue
bonito, aunque las cosas no cambiaron mucho de cuando vivíamos con mi papá, él
ganaba más que yo, y en teoría yo tenía entonces que seguir en la labor de
cuidar la casa y hacer la comida. A veces en alguna fiesta o reunión de la
familia, con mis tías, primas y amigas, hablaban que así era: que la mujer era
la que tenía que limpiar y estar pendiente de la casa, del marido y de los
niños, es ¡lo normal! De hecho
siempre, en esas fiestas las mujeres éramos las que servíamos, cocinábamos y
limpiábamos.
Entonces para mí era más que normal
que yo tenía que seguir en las mismas que mi mamá y mis tías, y que todas las
demás, y así lo hice, obviamente para Germán también era “lo normal”, en su casa su mamá y hermanas
eran quienes estaban pendientes de la casa, limpiaban y cocinaban. Pero así en
lo general con Germán no hubo mayor lío, aunque viendo en retrospectiva, muchas
veces me sentí sobrecargada, y cuando a veces quería hacer otra cosa, me tocaba
hacer aseo, y claro que me daba cierto malestar con Germán que él si hacía lo
que quería, era más libre. A veces
yo le decía a él que me ayudara –palabra errada, ya que nadie ayuda a nadie, la
casa es de ambos- pero él lo hacía de mala gana, y lo peor eran las cuñadas y
la suegra reclamándome que porque no era buena ama de casa.
Pero nunca fue tan difícil como
cuando Luisa nació, en teoría yo –mujer- tenía que seguir haciéndome cargo de
la casa y ahora de la niña, y además volver al trabajo después de la licencia,
cosa que fue extremadamente difícil para mí. La llegada de Luisita coincidió
con el inicio de los estudios de Germán, que pese a que yo le venía insistiendo
hace ya bastante tiempo, solo se animó a inscribirse hasta este año, entonces él
llega tarde a la casa y fuera de eso tiene que hacer trabajos, entonces que los
fines de semana tampoco puede colaborarme porque está ocupado (…)
Lo peor fue un comentario que mi
mamá y mi tía me dijeron hace ya un tiempito, me sentaron y me dijeron que si
sigo así que voy a perder a mi marido, que yo estaba dejando de estar pendiente
de él, que mire como estaba yo, que no había bajado de peso, que después no
reclamara si él me pone los cachos… Reconozco que reaccioné mal, tal vez sea
tanta presión, me puse a llorar, pero también cuestionaba porque era todo tan
difícil para la mujer, porque Germán aquí era la víctima, si él ni siquiera ha
bañado a la niña una sola vez, y solamente la ha cambiado una!, y lo que él me
dice es que no sabe, Como si yo
no estuviera aprendiendo también a ser mamá, y él se zafa entonces de toda responsabilidad por el
solo hecho de ser hombre, y eso si les dije a mi mamá y a mi tía, que yo
también trabajo, que ya no eran los tiempos de antes, los tiempos de ellas,
donde el hombre daba toda la plata y la mujer criaba y cuidaba de la casa, y es
que la plata no alcanza si Germán trabaja solo, yo también tengo que trabajar,
para mí ni siquiera es opcional. Me dolió mucho lo de los cachos, tremendo
esfuerzo que yo hago para que ¡me salgan con esas! Y yo creo que así uno esté
viviendo en el paraíso, así yo fuera una reina de belleza y le tuviera la comidita
y todo bien servido, si él quiere ponerme los cachos, me los pone.
Pero como no hay peor ciego que el
que no quiere ver, eso Elvira se puso como una loca, que yo dejara de hablar
pendejadas, mi mamá si se quedó callada, y me dijo que saliéramos a dar una
vueltica, yo sé que ella está confundida, porque vio como nosotras si pudimos
cuando mi papá se fue, y también es consiente que ahora las cosas son
diferentes, principalmente porque la mujer también tiene que trabajar porque ¡no
ve que no alcanza la plata!
Ese día comencé a percibir que todo
con lo que había sido criada podía ser diferente, que no hay tales roles
escritos con sangre, que las reglas del juego cambiaron, y todas esas ideas
fueron reforzadas después de charlar con Rafael y Sara, su esposa. Rafael es un
compañero del trabajo que viendo mi situación una vez me invitó a almorzar y
conversamos de cómo me estaba yendo como madre, y yo le contaba mi situación y
el asombrado me explicaba cómo era que se repartían los quehaceres en la casa
de él con Sara, ellos tienen dos hijos, y Sara también trabaja, pero los dos
sacan el mismo tiempo para hacer las cosas, los dos asumen la responsabilidad
de la casa, de los hijos y de ellos mismos, no por ser padres olvidaron lo
básico: ellos dos, como pareja, ya eran una familia, y de esa manera
adquirieron el compromiso de trabajar por ella, y el amor también se expresa
con la conciencia del bienestar del otro, no puede haber equilibrio en la
familia si una de las partes está sobrecargada, ¡es una bomba de tiempo!, me
explicaba. Así que una tarde de sábado los invité a la casa, y conversamos con
Germán, y supo entender, el hizo el compromiso de repartirnos mejor las cosas,
en eso aplazó el semestre, él entendió que no era solo a mí a la que tenía que
respaldar, sino especialmente a Luisita, que nos necesita a ambos, y no me
refiero a que necesite de un papá para ser criada (porque el mismo Germán o yo
crecimos sin papá), sino que ella tiene la ventura de tenernos a ambos, y por
lo tanto podemos estar más equilibrados, y obviamente también nuestra relación
como esposos, que también necesita de ambos para continuar y crecer.
Creo que hasta ahora vamos
mejorando, no es un proceso tan fácil, y no sólo de parte de Germán, también de
mi parte, ¡tantos paradigmas por romper!, pero bueno estamos en la lucha, y a
diferencia de otras historias, la mía, va por buen camino”.
La responsabilidad de embarazarse,
parir y criar, no recae solamente en los padres, también en toda la sociedad
que directa o indirectamente afecta al núcleo, a veces vemos a la familia y a
las empresas (de gobierno o privadas) como entidades totalmente ajenas, pero
ambas se conforman de lo mismo: personas, que tienen vidas y son complejas, no
se puede pensar en una sociedad evolucionada si se siguen separando los dos
conceptos, eres una en la familia y otra en la empresa: eso no tiene sentido,
por eso los modelos deben ser más flexibles, especialmente para las madres y
padres de hijos pequeños. Si en nuestras manos no está directamente la manera
de cambiar esta situación, recuerda que por lo menos puedes hacer acciones que
permitan un mínimo de consideración en el trabajo o cediendo sillas en el bus;
y claro nunca olvidar el VOTO, que aunque suene irrelevante o un tanto utópico,
a quienes elijas recae la función de proponer y votar leyes que mejoren esta
situación. Pero también, y como suelo terminar las entradas, parte de las
acciones que podemos tomar es creando una conciencia colectiva, que podemos
transmitir a nuestros familiares y allegados, y especialmente a nuestros hijos
e hijas para purgar esos paradigmas, que durante años regían –y aún rigen- la
sociedad.
Tenemos que dejar de ver lo natural
como una anomalía, hoy hemos hablado de cómo cambian nuestras actividades,
tiempos y roles, sin embargo también ocurren cambios físicos y hormonales en la
mujeres madres, es importante que estos cambios sean vistos como naturales,
algunas incluso pueden sufrir de depresión posparto o no recuperan fácilmente
el peso que tenían antes del embarazo, estas situaciones también deben ser
asimiladas sin juicios de valor, deben ser vistas como consecuencia de la
maternidad. Todo esto comienza en casa, y quizá tome generaciones, pero
seguimos siendo parte del proceso.